Tuesday 28 January 2014

¿Por qué los impuestos progresivos dificultan la movilidad social y crean pobreza?

El Austroliberal, Birmingham 29 de Enero de 2014, por Jorge A. Soler Sanz

Cuando desde la teoría económica hablamos de "costes de oportunidad," nos referimos a la actividad comercial o económica que nunca tuvo lugar, o la que ya no podrá realizarse, debido a determinadas políticas económicas, uso de los recursos, etc. El problema con los impuestos progresivos, que a priori bien podría parecer la postura más justa a tener si no se puede prescindir de los impuestos (por eso de que el que más gana también paga más), es que constituye un tema difícil de tratar por hallarse su justificación en contra en una lógica de contrafácticos. Se trata de un tópico en filosofía decir que no puede haber una ciencia contraria a los hechos porque nunca es posible determinar el alcance de las consecuencias para acciones que nunca tuvieron lugar. Es decir, que la reflexión económica, en eso que tiene que ver con la determinación de las consecuencias no observadas de una acción que jamás se realizó, representa un punto de vista en lo teórico frente al cual siempre se duda.

Y, sin embargo, el problema tampoco es tan complejo como parece. La plausibilidad de los escenarios propuestos siempre descansan en la elucidación de la lógica de la acción racional. Las predicciones económicas, por ejemplo, también pueden ser consideradas como contrafácticas en la medida en la que predicen un hecho que todavía no ha sido. Si decimos que la creación de masa monetaria crea inflación, o que la liquidación de la deuda crea deflación, ello no se debe a lo observado en los fenómenos, sino que a ese resultado se llega a partir del estudio de la lógica de la acción racional. A efectos prácticos, da igual si la tendencia observada es la de creación indiscriminada de deuda o su liquidación, pues siempre puede darse el caso opuesto al que tratamos de predecir. Que se den prácticas inflacionarias y que se prediga inflación no quiere decir que no se pueda predecir lo contrario para el caso de la liquidación de la deuda. O expresado de otro modo, no es lo mismo observar el fenómeno de la inflación y explicar de forma causal cómo se ha llegado ahí, que partir de la posición precedente y predecir este fenómeno cuando se observan prácticas inflacionarias.

¿Por qué decimos entonces que la implantación de unos impuestos progresivos crearían pobreza e impedirían la movilidad social? Para ilustrar este ejemplo supongamos que la empresa A dispone de 5 directivos que cobran 50.000 euros anuales y 50 trabajadores que cobran 1000 euros por cabeza y por el mismo periodo. La idea general que se tiene es que si, por ejemplo, a cada uno de esos 5 directivos se le quita 10000 euros mensuales para repartirlos entre los 50 empleados todos los meses, los que más ganan no pierden tanto mientras que los que reciben estas cantidades habrán de notar con necesidad este incremento de sus salarios debido a la mayor utilidad marginal que para el obrero tienen estos ingresos adicionales si tenemos en cuenta la situación de escasez anterior de la que se parte. En este caso se trataría de unos ingresos de 2000 euros al mes por persona, lo que es justo el doble de los ingresos anteriores.

El problema, sin embargo, es que en un contexto donde los impuestos son progresivos, la actividad económica extra que justifica este reparto adicional a los ingresos nunca se llega a realizar. Si como individuo yo sé que cuanto más gane más habré de pagar, siempre se llegará a una situación donde el esfuerzo de más para conseguir esos ingresos no resultará rentable en función de los ingresos finales esperados. De la única manera que parece posible producir lo suficiente como para justificar el reparto de estos ingresos adicionales es si, mes tras mes, ese al que se expropia mantiene la expectativa de recibir los mismos ingresos de forma íntegra aunque luego no lo haga. En verdad esa actividad extra que justifica también unos ingresos extras nunca se llega a realizar, y en la medida en que se produce menos, también será cierto que de forma agregada seremos todos más pobres y no más ricos. Pero incluso en el caso de que se pudiera producir de forma "extra" para repartir también de forma "extra," repartiendo lo que ya hay no se produce riqueza alguna, sino que simplemente se distribuye de otra manera.

La dificultad inherente a la movilidad social para un individuo bombardeado por un sistema de impuestos progresivos puede deducirse de forma segura a partir de lo ya expuesto. Si cuanto más gano más impuestos he de pagar, es obvio que si antes ganaba X (es decir, antes de los impuestos) y hoy quiero ganar lo mismo (una vez estos ya se han implementado) tendré que realizar un esfuerzo adicional que antes no tenía que llevar a cabo para obtener los mismos ingresos, cosa esta que hace cada vez más difícil subir en la escala social. O expresado de otra manera, si se implementa un sistema de penalización frente a ese que más gana, lo lógico es esperar un decrecimiento de la producción y no unos mayores ingresos para todos. Pensar lo contario implica de alguna manera partir de la premisa equivocada de que la riqueza es un dado constante que no varía, pero que está mal distribuida.

Pero con la instauración de un sistema de impuestos progresivo además se altera la utilidad marginal y uso de los ingresos en el trabajador que de alguna manera ve incrementado de repente sus ingresos realizando el mismo esfuerzo que en la situación anterior donde no los recibía. Si éste antes tenía que trabajar 8 horas para ganar 1000 euros al mes, ¿no habría de querer trabajar ahora sólo 4 horas y recibir la misma cantidad al verse subsidiado por los ingresos adicionales que obtiene de los directivos de la empresa? Es así que, en la medida que más y más gente comienza a tener la expectativa de ganar lo mismo pero trabajando cada vez menos, la justificación de los ingresos adicionales que permiten expropiar al directivo de la empresa ya no tienen el mismo peso relativo que en la situación anterior donde se producía más. Con todo ello, no cabe duda, se acaba en una situación mucho peor que la anterior, pues el hecho de que los directivos de la empresa reciban menos ingresos implica en este contexto que estos tampoco podrán repartir lo mismo que antes al ser la producción ahora también más escasa.

Un caso extremo de esta forma de externalizar el trabajo adicional que justifican los ingresos la tenemos en el empleado público, pues al recibir éste protección por parte del Gobierno, siempre acaba cobrando lo mismo tanto si hace bien su trabajo como si no. Y el problema relativo a los costes de oportunidad es que aquí sólo nos fijamos en la actividad económica que tiene lugar, pero no en la que podría darse si el funcionario del Estado no recibiera este tipo de protección y se rigiera por los mismos principios de trabajo y obtención de recursos bajo los que operamos todos los demás que no disfrutamos de tales privilegios. Un hombre no debería de querer trabajar bien por miedo a las consecuencias de no hacerlo (expediente disciplinario, de trabajo, despido, bronca del jefe, etc.), sino que uno debe querer hacerlo sólo teniendo en mira la consecución de los deseos y objetivos que justifican el trabajo en primer lugar. La diferencia entre un esclavo y un hombre libre consiste precisamente en el hecho de que el primero trabaja por miedo a su jefe, mientras que el segundo lo hace para poder lograr algo. Si un por un lado es la creatividad y la pasión la que guía al trabajador privado, al trabajador público le mueve el miedo y el temor de perderlo. El trabajador público está en una situación donde, no importa el número de horas que trabaje, o el entusiasmo que ponga en el trabajo, pues éste siempre recibirá los mismos ingresos, que por otro lado se garantizan, mientras que el resto de trabajadores privados, que no tienen garantizados sus ingresos, sólo pueden esperar recibir en función del trabajo y dedicación individual que cada cual dedique para lograr tales objetivos como recibir unos mayores o menores ingresos.

Los impuestos progresivos desincentivan al individuo privado de la misma manera que garantizar unos ingresos lo hace al trabajador público. En verdad se trata aquí del mismo fenómeno, pero, si cabe, de manera más suavizada en el caso del trabajador privado que sólo ve reducido en grado su capacidad para obtener unos mayores ingresos a través de la instauración de un sistema de impuestos progresivo. La puesta en práctica de tal sistema habría de introducir en la empresa privada esa tendencia perversa en la que ya vive el trabajador público y que le desincentiva en el mundo del trabajo. Es decir, que los impuestos progresivos desincentivan tanto a los directivos, que ahora lo tienen más difícil para obtener los mismos ingresos, como a los trabajadores, a los que sume en una dinámica parecida a la del trabajador público (ahora trabajo lo mismo o menos pero me pagan lo mismo o más que antes). Los sistemas de impuestos progresivos no constituyen solución alguna frente a la brecha salarial de los ingresos, pues sólo consiguen reducir esta diferencia a costa de hacer a todo el mundo más pobre. Pero la justificación no sólo es económica, sino también de fondo, pues en verdad sería un infortunio acabar con un sector privado que desprende el mismo tufillo, y exhibe la misma falta de lustre (en verdad no hay nana más horrible que un instituto de barrio o una vivienda de protección oficial), que el público. Es decir, que uno debe siempre querer eliminar este tipo de impuestos si sólo por marcar las distancias, y establecer las diferencias, entre las formas pública y privada del trabajo.




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